De EL DÍA Y LA
NOCHE
17
Desnúdate en
silencio.
La noche se
desata
debajo de las
hojas,
y en su lechoso
zumo
nadarás
blandamente.
Es un valle
indeciso
el mundo de tu
cuerpo,
un inerme
alimento
para el musgo
que mira
con devorantes
ojos.
Deja en orden
tus huesos
a orillas de tu
almohada.
Descarnados
países
suben ya por tu
médula:
muertos llenos
de espinas
y gastadas
pelucas,
y una blandura
extraña
en sus rotas
gargantas.
Crece un césped
nocturno
debajo de esas
telas.
Del otro lado
yacen
tus vidriosos
vecinos:
son ese rumor
cálido
que el alba
descompone.
Pero apaga esas
sábanas.
Oye las dulces
cosas
resonar en la
lumbre
con que invade
sus formas
un perezoso
océano..
Acaricia esa
copa.
Contempla una
vez más
tu rostro
hereditario,
la pequeña
bujía
bajo la noche
inmensa,
y despide tu
sangre
junto a ese muro
pálido.
De ti sólo
conoces
tu pipa de
tabaco.
21
El alba ha
retornado.
Su lenta furia
invade
los límites del
mundo,
y su insensible
nata
corroe las
estrellas.
Ya ha vuelto el
imperioso
y resonante día
y abriendo las
canillas
caen tus
desnudos ojos
con un gran
chorro frío.
Contempla sin
terror
tu desierta
camisa.
Ya casi está la
luz
más alta que
las flores.
Pronto estará
más alta
que tu pobre
esperanza.
¡De pie! Bello
durmiente.
Regresa a tus
vestigios.
Despierta una
vez más
en tu lecho
nativo.
Se aproximan tus
manos
y tu sed te
levanta.
Recuerda: ésta
es la tierra,
los hombres y
las cosas.
22
Adora tu
terrestre comida.
Escucha arder tu
leve sopa,
desde los campos
sonrientes
donde crecía la
belleza de esos ojos,
aquel dormir
sobre la hierba mojada,
y su gracioso
salto de animal silvestre
que es ahora
sólo un perdido grito entre las hojas,
un mugido final,
y ante ti tu alimento:
esa absorta
sustancia que miras en silencio.
24
Cómo os
agradezco,
buenas cosas,
estar
como antes, a mi
lado.
Dejadme
acariciaros: inocentes ropajes,
zapatos
decididos,
pianos, tendidos
muros,
relojes que
esperáis
mi inseguro
retorno.
Aquí, aquí
tenéis
al que huyó con
el sueño
en las
llameantes sienes.
El terco, claro
día
se estremece de
nuevo
con su primer
albor;
y ese hombre que
vacila
aún pegado a la
noche
¡con qué grave
ademán
coge otra vez su
vida
y sale hacia la
tierra
con su gesto
mortal!
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