UNA EXPERIENCIA
I
Extraño fue vivir,
penetrar en la noche,
amanecer,
el amor, el olvido.
Realicé actos insólitos,
pasarme la mano por la boca, tocarme
una oreja,
dormí en lugares
clandestinos,
¡oh Dios mío!, encendí fuego,
atravesé
la densa espera de los matrimonios
cargada de plegarias
por lo que fluye, por lo que se
aleja.
Circulé en medio de mujeres
pintadas,
me despedí, oí gemir y hablar de
muerte
y cantar en la sangre, en su vuelo
sin justicia, sin
perdón, sin piedad.
¿Cuántas puertas se abrieron?¿Qué
tierra se ofreció?
Besé cuerpos tibios y poderosos,
llenos de hechizos,
ornados con pulseras y collares,
con medias
transparentes,
con una súplica amenazadora, con
una sentencia,
con un perfume peligroso en la nuca.
Estuve al sol, con mi extraña
condición,
en ciertas músicas,
en aposentos.
Ignoro a qué poderes he servido,
no sé si mi vida fue de flor o
de miedo.
Un mundo donde se está solo, se
implora
en la infinita
oscuridad de las cosas,
entre la gente de mirada impávida,
entre recuerdos de
tortura.
II
He estado en lugares donde invadió
la langosta,
en los que había
caballos, perros, vacas,
en fin, seres y cosas
en poder de una bruja
polvorienta.
Tras un mudo homenaje
he despedido a un muerto
con exaltada furia
por la luz insondable de
las venas.
He sido idólatra, he bebido, he
soñado.
Manejé un abrelatas, vi
aparecer
en el envase
viscosos tentáculos, un
haz de calamares
con un terror supersticioso
por esas formas del
delirio.
Pelé una naranja, con un corto
cuchillo,
un sol frutal
del que manaba un líquido dorado,
que se escurría
por los largos bucles
de la Venus naciendo de las aguas,
de Boticelli.
Estuve oculto
bajo los besos, bajo los adioses,
en la sal amarilla de la
vida doméstica.
Sentí manos acariciantes
resbalar por mi cuerpo
o blancas piernas me enlazaron
en la piedad de su poder
desierto.
Estuve en los límites
infranqueables
de la mujer,
en todas las discordias del corazón.
No sé dónde he estado.
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