ELEGÍA
Esos cuerpos que
alguna vez latieron en mis brazos
cuando el sol era un
lento reverbero en su piel,
cuando sus
cabelleras se volcaban como oleadas de fiebre y de nostalgia,
ahora perduran sólo
como una vibración
o una angustia
indeleble en el fondo del alma
mientras va la
gaviota por las playas.
Relucen ya tan lejos
llenos de tentaciones desesperadas,
se irisan en la
espuma del mar,
llaman con el
recuerdo de su piel y su aliento
y vuelven a
hechizarnos como lagos dormidos
o tibias sombras
prisioneras de la tierra.
Fueron cuanto
tuvimos de más ardiente y hondo
-los dones más
intensos de este mundo-,
arrasaron al corazón
con las más altas llamas
hasta dejarnos en un
ciego abandono
a orillas de su
huella de brasas invisibles.
Cuerpos enamorados
que una vez fueron míos,
palpitando con sus
tiernas reverberaciones,
con la inolvidable
tersura de sus espaldas
y sus bocas
ansiosas, sus muslos de esplendor y mediodía.
Así abrieron de par
en par el mundo,
llamaron a la
tormenta y al relámpago, se deslizaron
por todos los
rituales de la pasión,
y fueron arrastrados
por la vorágine de los días
hasta perderse
silenciosamente
como todos los dones
más altos de esta vida
en el voraz
horizonte donde nos extraviamos como niños errantes,
como todas las
dádivas para siempre fugaces
que el azar y el
destino nos dieron un instante.
El brillo nómade
del mundo
como un ascua en el
alma una joya del tiempo
se abre tan sólo al
paso de ciertos hechos tormentosos
arrastrados por la
corriente
hasta las escaleras
cortadas por el mar
en ciertos antros de
lujuria de bordes sombríos
poblados por
estatuas de reyes
casi irreconocibles
entre el reverberar de las antorchas cuya
luz
es la hiedra que cubre los muros
¡Oh corazón
corazón orgulloso!
entrégate al
fantasma apostado en la puerta
Ahora que tan bien
te conozco
sin otra sed que tu
memoria
criatura melancólica
que tocas mi alma de tan lejos
invoca en las
alcobas el éxtasis y el terror
el lento idioma
indomable de la pasión por el infierno
y el veneno de la
aventura con sus crímenes
¡Oh! invoca una vez
más el gran soplo de antaño
en estas cámaras de
piedra enlazada a tu amante
y ambos envueltos en
la lona de los días perdidos como el
muerto
en el mar
y prontos a
deshacerse en las hogueras instantáneas
sobre lechos de un
metal misterioso que brilla en las tinieblas
bajo
la zarpa de los candelabros
y el coro de pájaros
lascivos girando con furia en las habitaciones
selladas
por el hierro de otras noches
Pues tales antros
solemnes cubiertos de flores carnívoras
con mármoles que se
pudren a la sombra de cabelleras opulentas
se balancean
labrados pomposamente desde el portal hasta
la
cúpula
como la nave anclada
sobre el abismo
agitando con
lentitud sus espejos para adormecer a la mujer
desnuda entre los
verdugos que incineran el corazón
de
la noche
y el zaguán donde
se cruzan la lluvia y la frustración
los camareros con el
rostro podrido por el tufo de las flores
acumuladas en los
pasillos infinitos
el rumor de los
suspiros sofocados
los besos
entretejidos en nácar tristísimo
la hierba sin nombre
en que se hunden sus huéspedes
repiten una vez más
entre la sombra
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