CORRESPONDENCIAS
Sueño, tal vez,
con esta cama donde duermo,
me he desvestido en otro sitio,
hay músicas aquí, algo que ondula,
enormes cosechas de hibiscus y
mariposas
en la selva del Aduanero, verde y
turquesa,
y no algo imaginario sino un canto
de flauta
que sopla la encantadora de
serpientes;
y redes chorreantes, extraídas del
mar,
vaciadas por las pescadoras gigantas
–botas de goma y manos
enrojecidas–
mientras la encantadora de
serpientes
insiste en su melodía ritual,
el tiempo perdido con ojos de
fantasma,
pero ahora esa mujer insólita
es el lugar donde vivo, la lámpara,
todo cuanto alberga este cuarto,
la cama involuntaria, el sentimiento
de la extraña plenitud de jamás,
zapatos, mis libros, un paraguas.
Acaso la luz son tus labios,
¿y su torso, entre los juncos,
al borde del río donde vibró la
flauta,
a qué corresponde en la mesa
tendida?
¿Al rumor de las conversaciones?
¿Al hilo de humo que sube de los
platos?
¿Y cuáles son sus vínculos
con el viento que sopla en la
ventana?
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