Sueña
en Misiones
Con la lluvia en Misiones,
música envuelta en luces y en
aroma,
repiqueteando tan dulcemente sobre
el fango,
aquí donde invisible y solo yazgo
–en el tufo del trópico–
cubierto por un tejido de
podredumbres y flores.
Este licor sin límites,
–lenguas de plata tibia que
murmuran–
recorre mis arenas,
mi sustancia de hierbas cuya avidez
levantan,
y su llanto resuena en la
consumación de mi vida,
en este paraje cuya hermosura
engendra ráfagas de seducción,
miasmas de orquídeas y carroñas
alrededor de nuestras almas.
Niebla, polvo y memoria
me sostienen,
oculto en la hojarasca
del lecho farfullante donde sueño.
Y muevo en torno las hinchadas hojas
–toda clase de briznas y gemidos–
y un sonido de lumbre de charcas
extendiendo su jirón lívido a la luna,
anudando con un lazo húmedo mis
huesos
enterrados en la arcilla roja.
Oh, el canto de las aguas
vierte su largo vino en el oído de
los muertos
con un tambor de calabazas secas
partidas por el sol.
Y todo antaño vuelve de la tierra,
surge su barba humosa y su estatura,
su carcomida sombra que regresa
a la orilla de vastas plantaciones.
No huyas. Es la lluvia:
apenas unas frases melancólicas
en las tumbas silvestres.
Es la lluvia en Misiones:
polvo, silencio y tiempo
cuando cae el relámpago.
Entonces ella canta,
llena de pulsaciones y de flores,
y acerca a mí su rostro,
tantas veces huyente a través de la
incierta penumbra de la infancia,
y une a la mía su mejilla,
sus labios a mis labios,
aunque toda mi cara
no es nada más que el suelo donde
trota el lagarto,
vaho y vegetaciones que acarician
las palmas de la sombra.
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