viernes, 25 de julio de 2014

ENRIQUE MOLINA. DESPUÉS DEL CIELO

DESPUÉS DEL CIELO

Ese sol que ella rige es el pan y la sopa,
con esmaltadas unas rojas maneja el fuego de los condimentos, deleites
de fatigados comensales al son de la tribu,
substancias nutritivas que huelen y humean.
                                                       Día a día
es fiel a su evangelio de moscas, a sus mandamientos
de carne asada, pescado frito, papas hervidas, vinos.
El sexo abisal del agua y praderas doradas.
O quizás muda y solitaria yace bajo las fuentes,
                                                      con una dolorosa sonrisa,

cuando el oscuro viento del sueño sopla en su hornalla
al compás de la radio, premios del Concurso de Belleza,
estúpidas conversaciones de comadres entre cajones de huevos.
Se oyen pasos y voces en la casa, se acercan y se pierden
en el fondo de un cielo recubierto de cáscaras.

Por la ventana, en la cocina, a veces,
con un anillo de oro, un señor blanco y obsceno
                                   –que no existe en el mundo–
le hace señas tan lejos y la invita a bailar bajo la lluvia.
Y la música fluye
entre los ajíes y el sordo furor de la mostaza,
porque la vida es famélica y ella ignora a qué muerte alimenta,
a qué insaciable hambre de payaso,
con su tortilla que se desvanece a la luz de un relámpago.

La obedecen también muebles, escobas, camisas;
las frustraciones cotidianas son polvo o caricias baldías;
su arte es suculento y fatal, arde en los huesos,
hace brillar el atún y los largos fideos
para el que ronca su súplica a lo largo de la noche,
porque ella es la reina del hogar, de empapada lengua.
                                 Es el orden
de la mujer, misterioso y monótono
desde el fondo de la dicha perdida.
    
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