LA CACERÍA
Ciertas andanzas, en una u otra
dirección, entonces, hacia las islas, regido por las moscas, lejos
de los santos, hombre de oscuros vaticinios, con la lengua rajada y
la vista perdida en un brillante,
hacia qué sensaciones, los
huéspedes gimiendo al sol, abanicados por las palmeras, con las
delicias de la pereza de labios entreabiertos,
hacia qué dársenas, desalojos,
asilos de súbitas mutaciones, hacia qué ferias donde se trafica con
risas, paisajes enviciados, cabelleras de olores violentos y sin
consuelo, despojos de lluvias, en hoteles conmovedores, más pálidos
que la sal, y mi sistema óptico pernicioso, captor de súcubos y
esplendores entre las llamas de la médula.
Y ella cada vez más lejana, junto a
mí, enardecida por la luz de la noche, en los comedores, ante un
plato, una botella de vino a la deriva, y las gaviotas levantan vuelo
del mantel hinchado por el viento, graznan con tanta tristeza, las
pobres...
Y siempre entre ella y yo crece una
jungla, monos, el océano, escenas de purgatorio jamás aceptadas.
Entre ella y cada abrazo, y cada
desesperado don de esta vida, emergen montañas, familias con
miembros enyesados e injurias, donde el tiempo
en el torbellino de mis venas
crepita cada vez más hambriento.
¡Oh, entonces medía con besos el
terror de aquellas glorias oscuras!
ZONA VEDADA
Como quien dice con pálidos labios:
“Estoy
cansado de la vida”
se
pierde de pronto
la gracia de ser hechizado por una
mosca o una gota de lluvia,
intratable y sonría vuelve del río
la luna de la infancia
y las bellas seducen por una gran
tristeza.
Se
extingue mi vista.
Las magias del tactos, con lentos
reverberos misteriosos,
desaparecen en la memoria, entre el
día y los sueños,
es decir, se desgasta la vida, como si en este
inagotable combate
–el aria de un alma con la
infinita tentación de las cosas–
hubiera perdido la partida.
Sin
embargo
juro que nunca en este planeta
indescifrable.
En este zoodíaco de infalibles
mujeres con los relámpagos de la lujuria,
pájaros y países, injusticia y
horror,
he dejado de amar un instante cada
partícula y sol de estar vivo,
con mis humildes dioses de fruta o
de huevo,
o ese otro de lengua tentadora, que
pierde siempre la cosecha,
dioses de carencia o de súplica, de
agua que fluye o ascuas que se dispersan.
Pero
nunca, en tal antro de sangre,
en tales galaxias de besos,
en este fascinante temporal de
destrucciones
he renegado de mi oscuro latido o
“Estoy cansado de la vida”.
Nunca.
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