viernes, 25 de julio de 2014

ENRIQUE MOLINA. LA CACERÍA / ZONA VEDADA


LA CACERÍA

Ciertas andanzas, en una u otra dirección, entonces, hacia las islas, regido por las moscas, lejos de los santos, hombre de oscuros vaticinios, con la lengua rajada y la vista perdida en un brillante,
hacia qué sensaciones, los huéspedes gimiendo al sol, abanicados por las palmeras, con las delicias de la pereza de labios entreabiertos,
hacia qué dársenas, desalojos, asilos de súbitas mutaciones, hacia qué ferias donde se trafica con risas, paisajes enviciados, cabelleras de olores violentos y sin consuelo, despojos de lluvias, en hoteles conmovedores, más pálidos que la sal, y mi sistema óptico pernicioso, captor de súcubos y esplendores entre las llamas de la médula.

Y ella cada vez más lejana, junto a mí, enardecida por la luz de la noche, en los comedores, ante un plato, una botella de vino a la deriva, y las gaviotas levantan vuelo del mantel hinchado por el viento, graznan con tanta tristeza, las pobres...
Y siempre entre ella y yo crece una jungla, monos, el océano, escenas de purgatorio jamás aceptadas.
Entre ella y cada abrazo, y cada desesperado don de esta vida, emergen montañas, familias con miembros enyesados e injurias, donde el tiempo
en el torbellino de mis venas
crepita cada vez más hambriento.

¡Oh, entonces medía con besos el terror de aquellas glorias oscuras!

ZONA VEDADA

Como quien dice con pálidos labios: “Estoy
cansado de la vida”
                                       se pierde de pronto
la gracia de ser hechizado por una mosca o una gota de lluvia,
intratable y sonría vuelve del río la luna de la infancia
y las bellas seducen por una gran tristeza.

                                     Se extingue mi vista.
Las magias del tactos, con lentos reverberos misteriosos,
desaparecen en la memoria, entre el día y los sueños,
es decir, se desgasta la vida, como si en este inagotable combate
el aria de un alma con la infinita tentación de las cosas–
hubiera perdido la partida.
                                       Sin embargo
juro que nunca en este planeta indescifrable.
En este zoodíaco de infalibles mujeres con los relámpagos de la lujuria,
pájaros y países, injusticia y horror,
he dejado de amar un instante cada partícula y sol de estar vivo,
con mis humildes dioses de fruta o de huevo,
o ese otro de lengua tentadora, que pierde siempre la cosecha,
dioses de carencia o de súplica, de agua que fluye o ascuas que se dispersan.
                                     Pero nunca, en tal antro de sangre,
en tales galaxias de besos,
en este fascinante temporal de destrucciones
he renegado de mi oscuro latido o “Estoy cansado de la vida”.
                                   Nunca.



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