SALIR DE LA
PENUMBRA
A qué pensar en
un oscuro bosque
donde el
crepúsculo reina tristemente como un monarca umbrío:
donde el viento
entreteje las lloviznas de Marzo;
y los hurones
danzan sobre las últimas hojas,
–junto a
algunas cabezas queridas–
cuando las
lianas crecen sobre las tumbas solitarias.
¿A qué
hablar de retornos...? No levantes las piedras.
No violes los
ocultos recuerdos.
¿A qué hablar
con las bujías del remoto albergue,
con sus lechos
que el soplo del ocaso ha invadido...?
Allí están las
maduras casuarinas y el derrumbado cielo.
Allí penden
todavía los amables sueños,
apenas si una
lágrima empaña sus áureas mentiras--
y luego, los
exangües retratos, el brumoso lugar de nacimiento y más lejos aún,
la sombra de tus
padres.
Entonces ¿a qué
el hastío que relatan los viejos amigos...?
Aquellos que
llegan diciendo: “Estamos muertos hace tantos años...”
¿Qué importa
el diurno decaer, la avecilla que agoniza en tus manos...?
Juntos estamos.
La noche arroja, lerda, tu cabeza en mi hombo,
y borra una vez
más nuestras recientes huellas,
los páĺidos
fracasos, el llanto de la luz...,
el leve roce de
las cosas, pequeñas como sus nombres;
la vana vida que
huye y sin embargo es fiel.
Y nosotros, en
estos desterrados paraísos,
entre estos
pechos de estériles designios,
juntos y
amantes, cerrar los ojos y pensar:
“Allá lejos,
allá lejos, ya todo ha sucedido...”
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