POEMA
CINCO
La
lluvia
se
desliza por las plumas del día,
siempre
inconclusa
como una
muchacha
llena
de astucias y caricias
libre
para conjurar
lo
más hondo y furtivo del deseo.
¿Cómo
saber, entre los laberintos de la sangre,
en
dónde está la clave
de
ciertos momentos extrañamente adorables y crueles
cuando
las Esfinges disputan en nuestros corazones?
El
lecho se mece en la corriente
hasta
tornarse niebla,
palabras
a la deriva, un pálido hueco.
Amanece,
en las casas se enciende fuego,
los
elementos dispares del día
inician
su batalla, sus injurias,
tales
islas emergen a la miseria, al tránsito,
los
trabajos llegan con su capucha de tortura,
pero
aún flota un gran esplendor, una delicia
incierta
en
las constelaciones que aún tiemblan en el cielo
de
los besos.
Los
amantes que juntos yacieron se separan
bajo
el trueno de la mañana.
Ahora
saben que su vínculo es terrible
con
el último embrujo de sus caricias.
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