UN PAÍS, UNAS SOMBRAS
Yo he sido para siempre, tierra mía,
cubiertos por el cielo como por una
blanda corteza de luces y aguaceros,
una canción de tercas casuarinas
enlazando el insomnio al hechizo
nocturno:
algún vago quejido de tablones
bajo cuerpos que trotan en la
sombra,
algún grito animal en las hierbas.
Sobre aquellas planicies,
llegadas de tan lejos
a lamer en silencio los muros de tu
casa,
en esos grandes valles de lánguidas
maderas,
el embeleso de la luz ardía
con misteriosos signos de patas de
gallina en el fango,
de infieles golondrinas,
de cueros que crujían en inmensos
galpones
donde aleteaba el rápido gemido de
las lluvias.
Codicias del invierno entre los
montes,
radiosos desafíos del deseo
en aquellas llanuras saqueadas por
el sol,
envueltas por ortigas y alientos de
caballo.
Esas blancas arenas
han sumido mi sangre,
y confundido a ellas
hay algo de mi ser que me reclama
sonando tiernamente, tristemente,
a través de los muros,
como el materno acento de unos
llanos,
el implacable canto del amor y de la
lejanía.
Porque así son las venas
en el hombre.
Ligadas para siempre a algún lugar
de cuyo polvo nacen.
Mira en ellas:
juegos alrededor de un árbol,
cabalgatas de infancia en las
cuchillas,
poblaciones perdidas entre los
arenales,
y una larga avenida de eucaliptus
que conduce
a unas habitaciones cuyos muertos
dejan entrar la niebla de la noche.
Yo era aquella tierra.
Yo era su canción empedernida,
el linde tierno de las charcas y la
garza salvaje.
Y o he tocado su suelo.
He vivido en su luz de sombrías
estatuas,
te he sentido latir como una bestia
pura
tendida entre las secas espadañas.
Y ahora mismo
estoy ligado a ella.
Ligado a su ceniza y a su fuego.
Remolino de formas. Pozo
de calaveras entrañables
oculto tras sus puertas de hierros y
pantanos.
Unas pobres agonías sin nombre.
Unos seres efímeros y sin embargo
eternos.
¿Qué es un país, me digo,
qué es esa luz vívida
que ilumina en el alma
la adulación oscura de unas cosas
entre las balbuceantes llamas de la
distancia...?
¿Qué es para mí esa provincia
torva
ladrada por los perros,
con sus carnosas frutas en medio de
fulgores y miserias,
y su savia, su pueblo áspero y
lento, el polen, la indolencia,
tras sus pasos que arrastran jinetes
y naranjos,
y ciénagas que asumen sin testigos
la sorda voz del viento?
¡Pira, túmulo de frutos rodeado de
fuegos,
guardada por dementes quimeras que
aún musitan su signo indescifrable!
Sólo hay una morada en ti para el
recuerdo.
Porque tú eres
la última verdad.
Y tu nostalgia
es la única dádiva que entregas a
tus hijos.
Sé que te pertenezco, como a tus
pobres cosas,
al pie de la barranca donde una vez
latí.
Hija de unas formas ansiosas
que resumen el mundo,
nombrándome sollozas y acaricias
y siento tu voz dura a través de
los seres,
llena de ramas secas, de columnas
alzadas por el polvo,
alargando hacia mí tus oscilantes
muertos,
una roída mano de sombra y
remembranza.
Tierra mía,
sé que me estás llamando
No hay comentarios.:
Publicar un comentario