ESCENA DE TORMENTA
Heroína invisible
Vestida de mendiga
con coronas salvajes en un antiguo romance
Haz la señal al
amante tras la ventana en la casa desierta
Con un candelabro de
lobo entreabriendo sus fauces en el viento
En la lejanía de
las rosas
Te precipitas al
escenario iluminada por la locura
Cantando tu vieja
aria de lluvias
Desvanecida por el
aplauso de los años
¡Oh! Y sin embargo
tu rostro perfumado por el aliento de esas planicies sin fin que se
recorren en un beso
No deja sosopechar
tu extravío mientras la ola te arrastra entre los enormes telones de
la muerte
O escoges esa
almendra sombría que no se abre jamás en este lado del mundo
Pero toda la escena
está llena de escombros
Y flores rotas
sollozos y bebidas bajo esta cúpula de vientre de barco suspendida
en ruinas sobre un salón saqueado donde se cruzan los caminos
Con viejas sangre de
comedia
De fango
De plumas erizadas
por la sal del olvido
¡Pájaro! Yo solo
duermo en los rincones a donde llegan los cantos ajenos las voces de
los desconocidos y los juramentos de esos mártires hechizados por la
ternura de lo imprevisto
Donde nunca se posa
el buitre ambiguo de la costumbre
Lejos de la vajilla
entre las estatuas mojadas por el mar
Mientras
resplandecen de nuevo tus antiguas cabezas
Restauradas un
instante a la luz de la luna:
La cabeza sonriente
en una jaula de raíces
La cabeza cubierta
de lentejuelas nocturnas sobre una piedra de carnaval pintada de
escarlata
La cabeza de cielo
de abismo en la que una gaviota no cesa nunca de caer
Cuando te llamo
algunas noches muy lejos
Con una emoción sin
nombre a la vista de una bujía o de una hoja de afeitar cuyo
significado se pierde de pronto como tus pisadas
Y el espectáculo de
la dicha me exalta como esoso mensajes celestes que impulsan a la
manada a perseverar en la injuria del hambre
¡Pájaro! Nada más
bello que la piedad materna perdiéndose en el alba hacia un lugar
futuro donde los días dejarán caer todo su peso con una lágrima
He allí los cerdos
del vals al claro de luna
Yo me unía a los
cazadores de piojos
A los saqueadores de
tumbas
A los desesperados
por la esperanza
En los lugares
cálidos como la tempestad
En las guaridas
donde aúllan los trenes
Donde las grandes
serpientes que cruzan el cielo
Se enlazan en mi
corazón formando un monograma misterioso
Deslumbrador como el
infierno
(de “Costumbres
errantes o La redondez de la tierra”,
1951.)
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